Fernando Londoño*
Una crisis humanitaria significa que en ciertas circunstancias es apenas posible la supervivencia biológica de la especie. Puede desatarla una catástrofe natural, como un huracán o un terremoto o una inundación o una sequía. Las hubo tan fuertes que desaparecieron pueblos enteros sin dejar rastro de sus padecimientos. Dicen que los mayas murieron por consunción porque no volvió a llover en la tierra que habitaban.
Hay crisis humanitarias que desencadena la maldad humana, como cuando Stalin cercó por hambre vastas regiones del antiguo imperio. Son asesinatos en masa, desencadenados por el odio, por una ideología, por un fanatismo religioso. En ese régimen maldito murieron millones en su propia casa, en vagones de trenes destinados a la muerte, en campos de concentración sin alimentos, sin medicinas, sin recursos.
Pues en Venezuela hay una crisis humanitaria, que el patán que la gobierna trata inútilmente de ocultar.
La gente se muere de hambre, de sed, de carencia de socorros médicos. Y esto no pasa en regiones apartadas, en las que el silencio puede cubrir la catástrofe. Pasa aquí y ahora, ante los ojos de la humanidad que lo permite.
Los venezolanos no tienen qué comer. Por miles, salen a la calle a buscar algo digerible en las basuras. Pero la basura se acabó. Ni siquiera quedan sobras de comida descompuesta. El agua es escasa, la energía desapareció y la gente se muere de hambre y de sed.
Los primeros que fallecen son los más débiles, como cualquiera comprenderá. Los niños y los ancianos encabezan la fila de los condenados a muerte. ¡Y el mundo no se conmueve!
¿Qué desató esta crisis humanitaria?
No fue un desastre natural. No fue que la tierra quedara estéril. No fue una sentencia por razones de política, de religión, de raza. La gente se muere en Venezuela, porque todo lo que el país producía se lo robaron unos bandidos. No fue la pasión, sino la codicia; no fue siquiera el odio, sino la indiferencia; no fue la ineptitud, sino la soberbia.
Para sobrevivir, a cualquier precio que la supervivencia cobre, ya salieron de su tierra tres millones de venezolanos. Una de las diásporas más crueles de la historia universal. Gracias a ese sacrificio sin orillas, sobreviven de algún modo millones de otros venezolanos que no pudieron romper el cerco. Que no tienen energías para hacerlo. Que no se atreven a saltar al vacío. Lo que le queda a Venezuela, es el amor y la generosidad de los ausentes.
Pero no basta. Millones no tienen parientes emprendedores. Lo que les quedaba era una bolsa de comida que entregaban los rateros y el resto, la búsqueda de un pedazo de pan en cualquier parte, hasta en la basura.
El agua es escasa, porque los acueductos no funcionan; la energía es artículo de lujo, porque las centrales eléctricas se caen a pedazos; el transporte es precario o imposible. ¿Y las medicinas?
Los hospitales no funcionan. Los médicos que pudieron ya se fueron porque no tenían con qué trabajar. Ni medicamentos, ni equipos, ni materiales quirúrgicos. Los que quedan hacen lo que pueden con su voluntad heroica de ayudar.
Y esto pasa en el lugar más rico de la tierra. Las mayores reservas petroleras del mundo, están en Venezuela. PDVSA vendía tres y medio millones de barriles por día antes de que empezara el saqueo. Hoy produce setecientos mil, y los malditos que disponen de ellos reservan miles para sostener a Cuba, a cómplices políticos o para pagar deudas. Las mayores reservas de oro, de material ferroso, de cuanto pueda encontrarse en las entrañas de la tierra, las tiene Venezuela.
Venezuela tenía una industria respetable. ¡Exprópiese! grita el patán que la manda y se quedó sin industria.
Venezuela nunca tuvo problemas de alimentos. La tierra para el que la trabaja, grita el tirano y la tierra de Venezuela no produce la cuarta parte de lo que su gente necesita para no desfallecer.
Y mientras esto pasa, en los bancos cómplices reposan centenares de miles de millones de dólares que se llevaron los asaltantes, compartiendo el latrocinio con los cubanos invasores y dejando parte sustancial para los que sostienen el régimen con un arma en la mano.
La enfermera de Chávez, es mujer riquísima; la hija, la más rica de América; los hijastros de Maduro, capturados con cargas millonarias de cocaína; los validos tienen propiedades y cuentas bancarias gigantescas en países amigos o bancos piratas. El hijo del general Padrino, Ministro de Defensa, lleva en Madrid vida de sibarita. Entre champaña, restaurantes de lujo y amigas, gasta como un reyezuelo. El de Venezuela es el mayor robo organizado de la historia.
Venezuela se muere literalmente de hambre, porque se la robaron. Es la crisis humanitaria más sui géneris que se recuerde Y el tema para “por ahora”. Porque no hay otro más grave. Venezuela somos todos. [©FIRMAS PRESS]
*Abogado y exministro en el gobierno del expresidente Álvaro Uribe.