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VENEZUELA, VÍCTIMA DE LA EQUIDISTANCIA

  • ABC (Barcelona)
  • 13 Feb 2019

SI tuviera un mínimo de dignidad, Nicolás Maduro debería sentir compasión ante el dolor de los venezolanos a los que su desastrosa gestión está matando de hambre. En cambio, se empeña en bloquear la llegada de una ayuda humanitaria que ha de servir para paliar tanto sufrimiento injusto. Esa carga de responsabilidad se extiende también hacia los dirigentes de los países que han decidido proveer al tirano de un último aliento para que pueda mantenerse en el poder en contra de cualquier asomo de sentido común. No solo se trata de sus aliados tradicionales, como la dictadura cubana o el régimen indigenista de Evo Morales en Bolivia. Diplomacias que se tenían por más sensatas –como las de México o Paraguay– están sucumbiendo a los viejos clichés caducos del antinorteamericanismo, sin pensar en que con su postura ahondan los problemas y el sufrimiento de los venezolanos. La situación allí es insostenible, con una hiperinflación que supera cualquier pronóstico, desabastecimiento, inseguridad desbordada y falta de transporte, de luz y de agua. El presidente encargado, Juan Guaidó, ha asumido con valentía que lo primero que debe hacerse es dar de comer a los venezolanos y dotar de medicamentos y productos sanitarios a los hospitales, antes que cualquier otra pretensión. Las manifestaciones que siguen congregando a miles de ciudadanos no piden más que eso, que se permita el paso de la comida. Ante esta cerrazón inmoral por parte de la cúpula de la dictadura, cada día que pasa aumenta el sufrimiento de los ciudadanos, y también la responsabilidad de aquellos que se empeñan en retrasar la inevitable caída de Maduro.

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