Vivo en una ciudad, Miami, que ha sido epicentro de diversas diásporas a lo largo de los años. Si los cubanos que huían de la dictadura castrista se asentaron a partir de la década de los sesenta, posteriormente fueron llegando oleadas de exiliados provenientes de los conflictos en Centroamérica o Haití. En los últimos tiempos, después de la instauración en Venezuela del fallido modelo chavista hace ya veinte años, los venezolanos se han establecido gradualmente en una urbe que para muchos es una extensión del modo de vivir y la lengua común en Latinoamérica.
El famoso tango dice que veinte años no es nada, pero eso sólo vale para la letra de una canción. Hace unos días, en medio de la efervescencia de los venezolanos que tienen esperanzas de que el cambio se produzca de la mano del presidente interino Juan Guaidó, les pregunté a conocidos y amigos si volverían a su país si finalmente cae el gobierno de Nicolás Maduro.
En el grupo formado principalmente por gente joven casi todos habían salido de Venezuela en los últimos cinco o seis años.
Era un momento de alborozo porque, por una vez, el impulso del respaldo de Washington y de la comunidad internacional parece darle fuerza a la oposición en Venezuela. Reinaba un contagiante entusiasmo en una ciudad que ha sido testigo de cómo las ilusiones del exilio cubano se han apagado progresivamente ante la fosilización del régimen castrista. El sueño del retorno a la isla como producto de una verdadera transición nunca se materializó. Por eso mi pregunta. Una pregunta que de algún modo no la esperaban en pleno estado de júbilo, tal vez porque los situaba en una disyuntiva que de pronto podría ser real y no tan lejana: ¿Volver o no volver?
Bien, del puñado de amigos y conocidos presentes todos respondieron que ya no regresarían a Venezuela, hoy en día sumida en la miseria, la inseguridad ciudadana y una precariedad generalizada que tardará en recomponerse.
A pesar de que viven el día a día inmersos en la preocupación por lo que sucede en su país, dedicados a mantener económicamente a quienes se quedaron y solidarios con la oposición que marcha en las calles a riesgo de ser atacada, en su horizonte vital ya no contemplan formar parte de ese futuro que lucha por abrirse camino en el erial del chavismo.
El exilio es un estado anímico en el que a pesar de vivir lejos de la tierra que uno ama y extraña, la mente permanece instalada en ese lugar que ya solo habita en el corazón.
El escritor español Juan Goytisolo, que se exilió bajo el franquismo y como tantos otros desterrados nunca regresó permanentemente a España una vez que se instauró la democracia, se refiere a “La inutilidad del exilio y, de modo simultáneo, la imposibilidad del retorno.” Una reflexión certera sobre este inevitable dilema existencial.
Ojalá los venezolanos tengan (estoy segura de que así será) mejor suerte que los cubanos, extrañamente condenados a cien años de soledad. De los más de dos millones de venezolanos que en los últimos años se han establecido principalmente en Colombia, Estados Unidos y España muchos no volverán para quedarse porque han rehecho sus vidas y, con toda razón, son conscientes de que la reconstrucción será larga y no estará exenta de escollos.
Precisamente por ello son de vital importancia la generosidad y la apertura de mente en el delicadísimo proceso de una eventual transición que conllevará muchas negociaciones, concesiones y enormes sacrificios para quienes se han quedado.
En momentos tan trascendentales como los que hoy atraviesa Venezuela conviene recordar a disidentes de la talla de Vaclav Havel en la antigua Checoslovaquia. Nelson Mandela en Sudáfrica. Los recordados Oswaldo Payá y Liu Xiaobo en Cuba y China respectivamente.
En la Venezuela de estos terribles veinte años es nutrida la lista de opositores valerosos que han pasado por el presidio político. Los estudiantes que han dado sus vidas. Los que hoy en día, como Guaidó y otras figuras políticas del bloque opositor, se lo juegan todo por el cambio. Serán en ellos y gran parte de una población con muy pocos recursos que nunca tuvo los medios para emigrar, sobre quienes recaerá la inmensa tarea de salir adelante. Sin duda, necesitarán el aliento de los que no volverán.