No, señor. Usted está equivocado. No es una costumbre nuestra de ignorantes y crédulos atrasados, como usted dice. La costumbre de las velitas nació en Roma, la mismísima capital italiana, la ciudad eterna, el centro del mundo católico.
Verá usted. Venga y le cuento. Acomódese en esta silla, aquí en el andén, para que recibamos la brisa de la tarde que viene del río. ¿Sabía usted que el Pamplonita, después de las cinco de la tarde, comienza a despachar brisas refrescantes que se riegan por la piel y endulzan los sentidos? Porque en esta ciudad el calor aprieta hasta las cuatro de la tarde, pero a esa hora el sol se ablanda –sol de los venados, lo llaman- y el turno es para el río y su dulzura.
Sigo con la historia de las velitas. Resulta que el 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX declaró solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción. No ponga cara de zoquete. Un dogma es algo así como una verdad absoluta, que debe creerse sí o sí. No admite negación alguna. Se puede estar o no de acuerdo con el dogma, pero es mandato y punto. La Iglesia católica sostiene que María, la madre de Jesús, fue concebida sin pecado original.
No me salga ahora con que no sabe qué es eso de pecado original. ¿Usted fue a la escuela? ¿No le enseñaron el catecismo del padre Gaspar Astete? Con razón. La ignorancia es atrevida.
Venga y le cuento. Recueste la silla contra la pared para que esté más cómodo. Es mejor hablar aquí, con el fresco de la tarde. Resulta que todos los humanos nacemos con una mancha, por culpa de las escaramuzas que en el Paraíso se hacían Eva y Adán, nuestros primeros padres. En castigo por lo que hicieron, todos sus descendientes, es decir, todos los humanos, nacemos con un leve pecado. Todos, menos María de Nazareth, que ya había sido escogida para madre de Dios. Ella había sido concebida sin pecado. Por eso el dogma se llama de la Inmaculada Concepción.
¿Sabe usted para qué es el bautizo de los niños recién nacidos? No es para hacer fiesta ni para pretexto de rumba en la familia, ni en espera de regalos. Es una ceremonia religiosa simbólica para borrar esa mancha original, ese pecado que no cometimos.
Según eso, a la niña María, no la bautizaron, porque ¿para qué, cierto? Pues bien. Eso esa creencia es un dogma de nosotros los católicos, y lo celebramos, todos los años, en esa fecha.
Un momentico, no se me adelante. Sucedió que la noche del 7 de diciembre, los católicos de Roma se reunieron en la plaza de san Pedro, a hacer vigilia de gracias a Dios por el dogma que al otro día sería promulgado, y lo hicieron con velas y faroles y luces. Desde entonces, todos los años, las gentes siguieron reuniéndose la víspera del 8 de diciembre, con luces y velas, y poco a poco la costumbre se fue regando por todo el mundo. En Colombia, donde somos amigos por excelencia de la Virgen María, recogimos la costumbre y ponemos velas en balcones, andenes, piedras, árboles y callejones. Es una fiesta mariana, de alegría y mucha fe y mucha devoción. ¿Le quedó claro o se lo explico con plastilina?
RECORDERIS
El próximo lunes, a las 5 pm, en la biblioteca Julio Pérez Ferrero habrá una sesión de ciencia, historia y poesía como homenaje a Gramalote, el pueblo que se derrumbó hace doce años y que ahora es una belleza. Allá nos vemos. gusgomar@hotmail.com