En Venezuela hay niños esperando por una medicina, gente que puede morir si no recibe a tiempo la atención, por eso vamos a llevar las ayudas, cueste lo que cueste”, José Manuel Olivares, diputado venezolano
Paradójicamente, la batalla que se vivió ayer sobre el puente internacional Simón Bolívar fue entre los mismos hermanos venezolanos, los que vinieron a Colombia a colaborar para pasar las ayudas que llegaron de los Estados Unidos y otros países, y los que integran los colectivos chavistas, que se opusieron a dejarlas ingresar a Venezuela.
No había intenciones de enfrentamiento, al menos durante las horas de la mañana mientras se aguardó el arribo de las ayudas a La Parada, provenientes del puente de Tienditas.
En ese lapso mañanero, cubiertos por intensos rayos solares, los voluntarios que se ofrecieron a pasar los suministros guardaban una esperanza de que la Policía Nacional Bolivariana les permitiera el paso.
De hecho, cada minuto que pasó de la mañana lo habían aprovechado tratando de convencerlos de la importancia de que los alimentos y las medicinas cruzaran la frontera hacia el vecino país: ‘Chamos, no les cuesta nada, por qué enfrentarnos si somos hermanos’.
Sobre el puente, en la raya divisoria de la frontera, los cincuenta policías que se atravesaron para impedir el paso no daban muestras de retroceder. 60 metros más adelante, casi al terminar el puente del lado venezolano, otra barrera humana, la de los colectivos chavistas, también se atravesó con una barricada para reforzar la resistencia.
Toda la mañana, jóvenes voluntarios intentaron persuadir a los miembros de la Policía Nacional Bolivariana, sin embargo, fue después del arribo y de lo que expresó a la resistencia oficialista el diputado José Manuel Olivares, que se supo lo que habría de suceder minutos más tarde sobre el paso fronterizo: Vamos a pasar, sí o sí, así ustedes lo impidan, así a los colectivos no les guste, pero vamos a llevar las ayudas a Venezuela, porque el pueblo las está necesitando, sentenció el representante político del estado Vargas.
Estas palabras envalentonaron al voluntariado, que en masa empezó a cantar el himno nacional venezolano: “Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó, la ley respetando la virtud y honor”.
Al fondo, otro grupo exclamaba al unísono: “¡Maduro… coño’e su madre!”.
La alta temperatura que rei- naba hacia el mediodía empezó a pasar factura a los más de dos mil voluntarios que se encontraban del lado colombiano, lo uno, porque había pasado más de seis horas y las gandolas no llegaban al puente.
Y lo otro, porque del lado de San Antonio se escuchaban detonaciones de fusiles y de bombas de gas lacrimógeno, que se activaron para impedir el arribo de una caravana que venía de Capacho a apoyar el paso de los suministros.
Pero justo cuando en Colombia era mediodía y en Venezuela marcaba la 1 de la tarde, asomaron en La Parada los tres tractocamiones a bordo de los cuales venían decenas de venezolanos voluntarios.
El puente entró en plena ebullición, había llegado el momento esperado.
Olivares, que comandaba la operación de ingreso de las ayudas por este puente hacia San Antonio, expuso las instrucciones.
La orden fue ir en masa hasta donde se encontraba la policía para pedir el ingreso de las ayudas, y así lo hicieron.
Cada metro que recorría la muchedumbre aumentaba la temperatura sobre el puente. Cuando se estuvo frente a los 50 policías que formaban la barrera humana en la raya divisoria de la frontera, y después de que no se permitió el libre paso, fue tanta la presión que sintieron los militares que ante el temor de ser embestidos no resistieron y dispararon los dos primeros tatucos de gas lacrimógeno.
Las horas que siguieron después de esas dos primeras detonaciones fueron de intenso enfrentamiento entre los hermanos venezolanos. Los unos tiraban piedras y los otros, la fuerza oficialista y los colectivos chavistas, respondían con gases y más piedras.