Una de las cosas más duras por las que puede pasar un ser humano es tener que abandonar su país ante el temor de ser asesinado, torturado o secuestrado, y dejar allí a sus padres, hermanos, tíos e incluso hijos sin saber si sufrirán algún tipo de tormento o si los volverán a ver en persona. El exilio forzoso es otra sentencia, máxime cuando al país al que uno se dirige normalmente no le recibe con los brazos abiertos y tiene que sortear numerosos trámites burocráticos para, al menos, estar de forma legal. Por mucha formación académica y experiencia profesional que se tenga, si encuentra trabajo será en lo que na- die quiera, al menos al principio.
En pleno siglo XXI, esta situación la viven millones de personas, desde los subsaharianos que intentan atravesar prácticamente a diario el Mediterráneo para llegar a Europa –perdiendo la vida muchos de ellos en el camino–, a los sirios o los rohingyas. Ahora la están atravesando también los venezolanos, que han visto como las