Joel Escalante, Pedro Rodríguez y Josué Pérez se encuentran estos días en O Grove. Han venido a contar a los vecinos cómo es la situación en su país, cómo la falta de alimentos, de medicinas y de cualquier producto básico está llevando a que muchos venezolanos «se vayan hacia cualquier parte, sin pasaporte y sin nada», relata el padre Joel. Él atiende una casa parroquial que se ha convertido en centro de acogida. «Setecientas personas vienen a diario a recibir comida, a ducharse y a coger ropa», cuenta. El padre Pedro tampoco lo tiene fácil. Ni Josué. Cada uno de ellos trabaja en un seminario en el que tienen a su cargo a 60 jóvenes. «Tenemos que recorrer ocho horas para encontrar algo como arroz y pasta para darle a los seminaristas», cuentan. «La Iglesia está dando respuesta al hambre del pueblo, pero también al aseo», añaden.
Además de sus historias, bajo el brazo traen fotos de todo lo que hacen en sus parroquias. En ellas se ve a una niña feliz tras haber recibido una ducha, a uno de ellos dando misa en la calle, o una improvisada peluquería en la que cortan el pelo y afeitan. «Es noticia que en Venezuela no hay comida ni medicinas, pero tampoco champú ni jabón», explica el padre Joel. Él trabaja en el barrio de Fuente Real, cerca del puente que da acceso a Colombia, y todos los días ve a miles de vecinos hacer cola durante 48 horas para dejar el país. «Se van los papás y quedan los niños al cuidado de los abuelos. Y te los encuentras bajo los árboles, buscando comida». Las escuelas y las universidades están casi vacías, «porque no hay motivación ninguna». Y hasta los hospitales acaban derivando a los enfermos a las casas parroquiales, donde se han montado bancos de medicinas para paliar la escasez.
Para ellos, esta situación es consecuencia «del mal manejo económico, de la corrupción y del egoísmo de la gente». «La clase media se empobreció por completo», explica Pedro, quien asegura que les resulta difícil incluso encontrar las hostias y el vino para oficiar las misas. «No hay nada. El Gobierno publica listas de precios de los alimentos y esa comida desaparece y hay que ir a comprarla a la frontera», asegura Joel. Hay más. «La gente al salir de trabajar tiene que andar kilómetros para llegar a sus casas. Si pagan el transporte no tienen para comer», explican. Y a eso hay que sumarle las amenazas de muerte, los insultos que reciben cuando son críticos con el gobierno. Por esto están en O Grove. Para pedir la ayuda de los vecinos. Y para rezar. Hoy dedicarán una hora a pedir la paz en su país y el fin de este conflicto.