Por JEFF NESBIT 20 de octubre de 2018 nytimes.com
A medida que el cambio climático comienza a provocar que la escasez de agua sea un asunto crucial de seguridad global, los países más acaudalados han empezado a buscar más allá de sus fronteras para satisfacer sus necesidades hídricas. Con estrategias que tienen consecuencias comerciales y geopolíticas importantes, Arabia Saudita y China han llegado a Estados Unidos para solucionar sus problemas respecto al agua y alimentar a sus pueblos.
En 2014, la empresa láctea más grande de Arabia Saudita, Almarai, compró aproximadamente 3800 hectáreas de tierra de labranza en Arizona por 47,5 millones de dólares para cultivar alfalfa y alimentar a las vacas lecheras en su país. Se requieren enormes cantidades de agua para cultivar esa cosecha, casi cuatro veces más que con el trigo, es por eso que los sauditas tuvieron que desplazarse a Arizona.
China también tuvo que acudir a Estados Unidos para producir alimentos que requieren grandes cantidades de agua dulce. A la luz de problemas de escasez de agua en y alrededor del desierto de Gobi, China ha estado importando más de la mitad de la soya en el mundo, otro cultivo que implica el uso de mucha agua, de agricultores estadounidenses y sudamericanos. Y no solo es la soya. En 2013, una empresa china adquirió Smithfield Foods, la procesadora de carne de cerdo más grande del mundo. Hasta hace poco, la carne de un cuarto de todos los puercos criados en Estados Unidos —un proceso que también consume cantidades enormes de agua para cultivar el alimento de estos animales— terminaba en China.
Sin embargo, con los nuevos aranceles al comercio que impuso el gobierno de Donald Trump, China está recurriendo a otros países para obtener soya, y cada vez le resulta más costoso importar la carne porcina que Smithfield produce en Estados Unidos.
Desde hace mucho, los expertos en seguridad nacional se han preocupado por el impacto de la escasez de agua y de alimentos en todo el mundo. En 2014, el director de inteligencia nacional durante el gobierno del presidente Barack Obama, James Clapper, advirtió que esas dos inquietudes se encontraban entre los elementos centrales de la “gama más diversa de amenazas y desafíos” que ha visto en sus más de cincuenta años en el mundo de la inteligencia. Predijo que la comunidad de inteligencia “se enfrentaría” cada vez con mayor frecuencia a problemas relacionados con alimentos, agua, energía y enfermedades.
En Siria y Yemen, por ejemplo, algunas personas han argumentado que la escasez de agua ayudó a empujar a ambos países al caos en el que hoy están atrapados. Muy probablemente el colapso de esas naciones despertó inquietudes en Arabia Saudita y fortaleció sus esfuerzos para satisfacer las necesidades hídricas y alimentarias del reino en otra parte.
Este país, rico por sus vastos yacimientos petrolíferos, tiene una de las reservas de agua más pequeñas del mundo. Arabia Saudita no tiene ni un solo lago o río. Durante miles de años, los sauditas han dependido de los pozos y los oasis ocasionales. Las lluvias infrecuentes reabastecen los acuíferos poco profundos a unos 46 metros bajo tierra. Los pozos, con una profundidad diez veces mayor a la de esos acuíferos poco profundos, tienen acceso a reservas que no se restablecen con la lluvia. Una vez que se agotan, no hay más.
Hace quince años, esos pozos y acuíferos empezaron a secarse después de que los sauditas los explotaron en exceso para irrigar campos de trigo en el desierto. En la actualidad, esa agua básicamente ha desaparecido. Por ejemplo, un proyecto de investigación de 2011 realizado en la antigua ciudad de Taima encontró que “la mayoría de los pozos [fueron] desecados”, es decir, que los oasis que habían proporcionado agua durante más de dos mil años se habían agotado en cuestión de décadas.
Debido a que el agua ya es un producto básico invaluable en el Medio Oriente que, junto con África del Norte, cuenta con menos del uno por ciento del agua dulce en el planeta, los sauditas se encontraron inmersos en un problema irresoluble. Al principio, intentaron dosificar las reservas que se agotaban rápidamente en sus acuíferos poco profundos. Recomendaron utilizar grifos y regaderas ahorradores de agua para reducir el consumo a la mitad, optimizaron sus prácticas de recuperación del agua e irrigación y financiaron sistemas costosos de irrigación profunda subterránea. Dejaron de cultivar trigo.
Pero no fue suficiente. Así que recurrieron a Estados Unidos y a otros lugares con agua abundante.
Un cable diplomático confidencial de Estados Unidos filtrado por WikiLeaks en 2010 decía que el dirigente del país, el rey Abdulaziz, les dijo a las empresas sauditas de alimentos que encontraran y adquirieran tierras extranjeras con acceso a agua dulce. Esta era una forma de “prevenir que la inseguridad alimentaria creara una inestabilidad política”, según decía el cable.
Dentro de este contexto, Almarai compró la tierra de cultivo en Arizona. Llegaron a la conclusión de que sería más económico utilizar la tierra y el agua de Arizona para cultivar heno y después enviarlo a su país, que importar agua para irrigar las tierras sauditas de cultivo.
No obstante, la adquisición ha causado controversia. Con el fin de cultivar alfalfa, Almarai también compró tierras en el valle de Palo Verde en California y ahora está recolectando agua del río Colorado, que también suministra agua potable a ciudades como Los Ángeles y Las Vegas. En épocas recientes, las presas del río han alcanzado niveles mínimos históricos, lo cual ha creado una situación política volátil a nivel local. Almarai, que también administra granjas en otros países, ahora está compitiendo por agua con ciudades estadounidenses en una región del país que ya tiene problemas para abastecer de agua suficiente a sus habitantes, aunque la empresa también ha recibido elogios por los esfuerzos de conservación del agua que ha implementado en el área.
China, en su intento por mantener cultivos que requieren mucha agua, ha propuesto construir un ferrocarril de 4800 kilómetros a través del Amazonas para facilitar la importación de soya (el plan se ha postergado debido en gran medida a la oposición de los activistas ambientales). China solía cultivar su propia soya, pero el agua ha empezado a escasear en su territorio y, así como la alfalfa que cultivan los sauditas en Arizona, la soya requiere mucha agua (500 toneladas para producir una tonelada de soya).
Además, el agua se está volviendo cada vez más valiosa en algunas regiones chinas. Los niveles freáticos están cayendo vertiginosamente al norte del país, hasta tres metros al año en algunas áreas. Los amontonamientos de arena están cubriendo cientos de miles de campos de cultivo en potencia al sur del desierto de Gobi en la parte norte de China. Los planes del país para desviar las aguas de los ríos sureños se han visto obstaculizados por las políticas regionales, mientras que aún es muy costoso limpiar los ríos y arroyos en el norte. Además, el cambio climático se cierne sobre todo esto y es muy posible que lo empeore.
Así es como se ve una amenaza climática global inminente.