La semana termina en Venezuela de manera confusa: hay dos presidentes, una presión internacional cada vez más dispuesta a apoyar al líder de la Asamblea Nacional –los últimos en sumarse han sido el Parlamento Europeo y la Internacional Socialista– y un ajuste en el control de la información por parte del chavismo: periodistas de medios extranjeros han sido arrestados y los canales de noticias en internet son bloqueados con frecuencia.
La movida audaz de Juan Guaidó de declararse presidente legítimo usando las mismas leyes de la Constitución proclamada por Hugo Chávez –que establecen que el poder original está en la Asamblea Nacional, órgano que presta ese poder al presidente ganador de una elección legítima–, con un impresionante apoyo popular en las calles, sorprendió al régimen de Nicolás Maduro.
Sin embargo, poco después se iniciaba el abroquelamiento: lo cierto es que mientras el régimen tenga de su lado a las Fuerzas Armadas, a la policía y a grupos paramilitares que no duda en usar para la represión, y mientras no pierda el apoyo internacional de Rusia o China –sus votos son determinantes para bloquear resoluciones en el Consejo de Seguridad de la ONU–, el desenlace de esta crisis puede alargarse.
Con una hiperinflación proyectada del millón por ciento anual, una crisis enorme de refugiados –tres millones de venezolanos han abandonado el país en los últimos años– y números de escándalo como el país más corrupto y violento del continente, el sueño bolivariano de Hugo Chávez se ha convertido en la pesadilla del estado fallido.
Solo con ver los altísimos índices de inflación con más de un millón por ciento muestra el grado de descalabro que enfrenta la economía venezolana, con graves consecuencias para su población.
La izquierda latinoamericana, renacida en los noventa a partir de su crítica populista a los excesos del modelo neoliberal, no supo crear en Venezuela una alternativa acorde con su propuesta de una sociedad más igualitaria, y se convirtió en el gran ejemplo contemporáneo de que el socialismo no ha aprendido las grandes lecciones del siglo XX.
Maduro se ha quedado solo en la región con el apoyo de Cuba, Nicaragua, Bolivia y El Salvador,
La izquierda no supo crear una alternativa al neoliberalismo que sea viable y real” Edmundo Paz Soldán Escritor
países donde siguen pensando que el socialismo es la única salida a los problemas de las sociedades.
Hoy, Maduro se mantiene solo por la fuerza (políticos encarcelados), la represión (cincuenta muertos solo en estos días, muchos más en años anteriores) y el apoyo de sectores cada vez más minoritarios que se beneficiaron del chavismo y son leales a una memoria vapuleada.
No será fácil encontrar una salida. Estados Unidos ha embargado las cuentas petroleras del régimen y lo golpea donde más le duele; a la vez, su presencia amenazante ha despertado el no tan lejano recuerdo de su aberrante política intervencionista en América Latina: nadie quiere el retorno de esos tiempos (Elliott Abrams, el enviado de Trump, convoca a los peores fantasmas de sus años al servicio de Reagan, digitando golpes y aventuras militares en el continente).
Por otro lado, países como Uruguay o México intentan mediar desde una postura neutral y llaman a un diálogo que en la práctica ayuda a Maduro, pues le compra tiempo para reforzar la represión y seguir atrincherándose en el poder: el régimen ha dado muchas señales de que no le interesa una salida negociada.
Guaidó sabe que las condiciones no están dadas para llamar a elecciones, pero no puede perder la iniciativa, pues ya son varias las veces en que la oposición venezolana no pudo sostener su unidad y terminó desgastándose.
Por el momento ha consolidado a la oposición y tiene un apoyo casi unánime en las calles y en el exterior.
Su retórica es firme y sus pedidos son claros (“cese de la usurpación” y nuevas elecciones).
Necesita mantener la presión si es que quiere lograr la tarea nada fácil de resquebrajar la unidad de un gobierno que hace agua en muchos frentes, pero aún mantiene el monopolio de la fuerza en el país.