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VENEZUELA, REFUGIADOS SIN GUERRA

  • Granada Hoy
  • 28 Aug 2018
  • GUMERSINDO RUIZ

HACE como dos años y medio publiqué un artículo en este periódico titulado La maldición de las materias primas, sobre la desgracia de países que dependen de una fuente de ingresos, bien sea el petróleo o una renta situacional como la que da el turismo y la construcción. Venezuela padecía entonces la caída del precio del petróleo, que de 100 dólares por barril pasó a 30; pero ahora, en el entorno de 70 dólares, otros países se han recuperado, mientras que Venezuela se ha hundido en el pozo sin fondo donde lleva la espiral inf lacionista.

Nuestro compañero Rogelio Velasco ya explicó la semana pasada cómo se llega a una situación en que el dinero pierde por completo su valor. Es algo muy raro, y en la historia se cuentan sólo 57 situaciones así, casi todas relacionadas con guerras, las deudas que dejan, y la creación de dinero por los estados para pagarlas, dinero que al final nadie quiere.

Venezuela es un caso muy especial porque es un país prácticamente sin economía, que vive de los ingresos del petróleo, y con gobiernos con una preocupación social, pero incapaces de construir una economía más o menos sólida, ni privada, ni pública. El enorme endeudamiento en dólares –no para inversiones, sino para comer, ya que en el país todo se compra fuera– y la creación de dinero que no vale nada explican que el país esté en la ruina.

Pero Venezuela no tiene guerra, ni ha sufrido ninguna desgracia natural, para que su crisis de refugiados tome una dimensión comparable a la de Siria. Las Naciones Unidas han hecho un llamamiento a sus países vecinos para que no cierren las fronteras; casi dos millones y medio de personas se han ido, más del 7% de la población, lo que irá aumentando a medida que la economía se deteriore más y más. La petición de asilo por venezolanos a la Unión Europea era insignificante, y por motivos puramente políticos, pero en un año –de julio a julio– casi 20.000 personas han solicitado asilo, principalmente en España; es una cifra elevadísima teniendo en cuenta que la gente no tiene medios para venir a Europa.

No puedo evitar recordar las tesis doctorales, algunas muy buenas, en las que he estado, realizadas por personas de nivel de universidades venezolanas, dentro de programas en los que han sido muy activas las universidades andaluzas y canarias, y pensar qué ha sido de ellas, después de tanta dedicación y tanto esfuerzo. Hoy Venezuela es un país cuyos datos han desaparecido de las estadísticas, porque sus cifras ya no tienen sentido, si no es la de los millones de personas sin esperanza.

La solución es difícil, pero requiere una dimisión ordenada de los actuales dirigentes, con un pacto entre las fuerzas políticas que deje todas las iniciativas de gobierno a la mayoría representada en el congreso, un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y un programa masivo de inversiones extranjeras productivas. Si alguien mantiene alguna influencia sobre los dirigentes en el poder –lo que a estas alturas dudo–, debería aconsejarles en este sentido, porque cualquier otra cosa será simplemente la gestión del caos mediante la corrupción y la fuerza, que son las alternativas que se extienden y se imponen en estas situaciones.

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